Aún con resaca del Mundial, cuelgo este tema ganador del Festival de Benidorm de 1975. El pobre Juan Camacho está que no se lo cree, igual porque llevarse en aquella época 225.000 pesetas (125.000 como co-autor y 100.000 más como intérprete) en un concurso de canciones era como si te tocase la lotería. Mi padres se compraron un piso por aquella época y les costó unas 900.000 pesetas, así que el premio no estaba nada mal.
La situación con la que empieza el vídeo es bastante surrealista. Empieza con la salida al escenario del bueno de Juan Camacho, que no sabe muy bien donde ponerse ni qué hacer allí. Después, dos simpáticas azafatas le entregan la Sirenita de Oro y la Sirenita de Plata mientras José María Íñigo, maestro de ceremonias para la ocasión, narra el acontecimiento. Cuando José María da la enhorabuena al cantante, éste se aproxima tímidamente al micrófono, esperando que le den la oportunidad de hablar, pero lo único que llega a decir es un tímido "Muchas gracias" antes de que el presentador cambie de tema y lo deje ahí colgado como si la cosa no fuera con él. Y, para colmo del desprecio, cuando la música empieza a sonar, ni el Íñigo ni la simpática azafata tienen el detalle de guardarle las Sirenitas al cantante para que pueda interpretar la canción ganadora tranquilamente, así que al pobre no le queda otra que dejarlas en el suelo y seguir con lo suyo. Pobre Juan.
La situación con la que empieza el vídeo es bastante surrealista. Empieza con la salida al escenario del bueno de Juan Camacho, que no sabe muy bien donde ponerse ni qué hacer allí. Después, dos simpáticas azafatas le entregan la Sirenita de Oro y la Sirenita de Plata mientras José María Íñigo, maestro de ceremonias para la ocasión, narra el acontecimiento. Cuando José María da la enhorabuena al cantante, éste se aproxima tímidamente al micrófono, esperando que le den la oportunidad de hablar, pero lo único que llega a decir es un tímido "Muchas gracias" antes de que el presentador cambie de tema y lo deje ahí colgado como si la cosa no fuera con él. Y, para colmo del desprecio, cuando la música empieza a sonar, ni el Íñigo ni la simpática azafata tienen el detalle de guardarle las Sirenitas al cantante para que pueda interpretar la canción ganadora tranquilamente, así que al pobre no le queda otra que dejarlas en el suelo y seguir con lo suyo. Pobre Juan.
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